No cabe duda de que la poesía es en el Perú la más lograda expresión artística. Una rica e inmemorable tradición, llena de ilustres ejemplos, asegura la veracidad de este juicio, que no pretende lastimar la trayectoria y los alcances de las otras artes. Pero cuando comprobamos la aparición sorpresiva pero explicable, de un poeta como Víctor Mazzi, no nos queda más que mostrar que la poesía es en el Perú la más lograda expresión artística.
Víctor Mazzi es, para la historia de la poesía peruana, el primer auténtico poeta proletario. Cuando por primera vez nos vimos físicamente la mano, yo sentí que se la daba a la tierra: Mazzi es un albañil, sus manos conocen de cerca la levadura inmortal de la vida, y con esas mismas manos de arquitecto o escultor ha ido amasando la tierra, colocando uno sobre otro los poemas, hasta edificar esa casa vastísima y firme que es su libro, donde se albergan los árboles y las estrellas, el hombre y los animales, en una sociedad natural e indestructible.
Víctor Mazzi se ha elevado en sus poemas como en un andamiaje sólido y necesario: él ha arribado a una altura humana difícil de alcanzar, y se ha aferrado a una cornisa celeste como náufrago del cielo. Allí han sucumbido sus ideales: en el aire no se pueden levantar pueblos. Pero ahora, de nuevo con las manos ásperas, de nuevo sobre la tierra y sobre el papel, envuelto en polvo y tinta, el poeta elabora un canto de justicia social. Mazzi ha abandonado las alturas de su profesión de poeta, de poeta que ha dejado la tierra para levantarse a gran altura: él no es un intelectualizado.
Cuando comprobé la aparición de este poeta que viene a combatir al lado nuestro por ley natural, lo ví como un desagravio a todos los que en el Perú sufrimos la dicha de ser escritores fieles a nuestra extracción popular, que erupciona en esta hora del hombre. No somos un volcán de lavaza. Nosotros no arrojamos espuma, pero tampoco pompas de jabón. Ni odio ni debilidad. Esto queda para los delicados y finos poetas que ven con repugnancia o miedo el color de la aurora en nuestro país. Yo me sorprendo de que en el Perú, donde se han roto las tablas de la ley a balazos, haya quedado una astilla para que este poeta encienda el fuego de la justicia de su causa, que el pueblo defiende. Aquí está el ciudadano ejemplar que canta con esperanza su patética situación de postergado social. Tiene una voz segura, iluminada, y, a veces, desatada o suavemente solemne. No es una voz de auxilio, no es una voz de sálvese quien pueda: es más bien un grito de alerta, un aviso público, una advertencia y una orden.
Debo decir que Mazzi lleva en su poesía algunos residuos tenebrosos, pero que ahora son arrastrados detrás del carro que antes conducían, llevándolo hacía la muerte. Hoy todo ha cambiado. Ya no se resigna. El sabe que hay millones de himnos, millones de albañiles que van construyendo la incontenible victoria.
Publicado en: Cultura Peruana N° 94, abril de 1956.
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